Sobre la gente que nos alcanza el cielo

Me despierto sobresaltado y desorientado entre sombras: “¿Dónde estoy? ¿Adónde está la puerta?” Enseguida recuerdo. Estoy en la habitación de huéspedes, en CASLEO, el Complejo Astronómico el Leoncito, nuestro querido observatorio en la provincia de San Juan, a la vera de los titánicos Andes. Y yo soy el astrónomo que viene a mendigar un poco del cielo limpio, de sus estrellas encandilantes…

Apenas llegué al observatorio, me fui directamente a la cama. Es que quería estar lúcido para mi primera noche de observación con el Telescopio Jorge Sahade, de 2,15 m de diámetro. Y el viaje en omnibus desde La Plata había sido largo y agotador. En la ciudad de San Juan me pasó a buscar una combi del observatorio. El chofer Luis, de un manejo impecable y de una charla amistosa y cálida, me hizo un lugar a su lado. Conducía apaciblemente por los arrabales de San Juan, cargando más y más pasajeros; todos con destino a CASLEO. Era el personal que se internaba en la montaña por varios días y que perdía varias noches de la compañía de sus familias, para asegurar que todo funcionase bien allí arriba, en el observatorio. El ambiente en la combi era familiar, con risas y anécdotas. Todos me dedicaban una palabra para hacerme sentir cómodo. Recuerdo el paso por sus casas de extensos patios con mangueras y plantas, con perritos mestizos, con autos curtidos y empolvados, con mesas y sillas blancas de jardín. Y también, sus familias. Niños y niñas despidiendo a la abuela, a la mamá, al tío… que uno a uno, van subiendo a la combi para ir a trabajar a CASLEO.

En el viaje, Luis me muestra los cerros, a medida que la ruta se vuelve desolada y los caminos comienzan a subir. Se oyen historias de personajes pintorescos, de compañeros extravagantes que trabajan en otros turnos, relatos de asados y fútbol. Y luego, la trepada a CASLEO y el recibimiento emotivo de los que, terminando sus turnos, vuelven a la ciudad en la misma combi. Mi paso por un rápido almuerzo y mi retiro a una siesta obligada.

Pero ahora ya me levanto rápido de la cama y me asomo al paisaje extenso de horizontes lejanos y desolados, de un cielo que lentamente se oscurece y que presagia una larga noche de observación. Veo a Antonio, el operador de turno, parado con los brazos en jarra, mirando a los Andes. Aprovecho y le pregunto si cree que va a seguir despejado durante la noche. Antonio adivina mi ansiedad, mi afán por recolectar la luz de las estrellas, por obtener buenas observaciones y completar mi tesis doctoral. Entonces sonríe, inclinando levemente la cabeza, con un gesto que tranquilizaría hasta un oso enfurecido y dice, apelando a su vasta experiencia:

-¡Nooo! Este viento de la tarde se va a llevar esas nubes. Va a ser una buena noche.

Cae la oscuridad. Ya empieza el turno de observación. Antonio me acompaña a la cúpula del enorme telescopio. Por el camino, nos encontramos con el ingeniero, que me pasa el reporte del instrumento que ha colocado en el foco del telescopio. Todo funciona sin inconvenientes. Me siento en la sala de control, mientras acomodo el enorme sandwich que la cocinera, como una madre protectora, me ha preparado para resistir la larga noche. Antonio prepara el telescopio. Yo reviso mi lista de estrellas deseadas.

La noche avanza. Mis estrellas son brillantes, así que no es necesario observarlas durante mucho tiempo. El instrumento registra los espectros estelares y, a medida que las observaciones van completándose, yo realizo algunas operaciones simples para verificar provisionalmente que los datos sean buenos. Antonio me comenta sobre los problemas que ha tenido CASLEO. Me cuenta de una gran tormenta que dejó incomunicado a todo el complejo, cuando se derrumbó una antena imprescindible sobre un cerro.

La noche larga se hace amable de la mano de Antonio. En los papeles, es mi operador, pero yo lo siento como un amigo que me ayuda a barrer el espacio con nuestro mayor telescopio, que me alcanza el cielo para que me lleve, en unos pocos archivos, la esperanza de mi trabajo, de mi carrera. Lo veo diligente, mientras sale de la sala de control, explicando que tiene que cargar nitrógeno líquido al detector. En caso contrario, mis imágenes estelares se llenarían de un tremendo ruido causado por el calor del ambiente.

Mi botín de estrellas crece pero, lentamente, algunas nubes rezagadas detienen mi cosecha de luz. Rápidamente, unos minutos perdidos se compensan con los relatos de Antonio, operador en las máquinas y operador en el alma… su voz segura y confiable me tranquiliza.

Y así transcurre mi turno y se completa mi misión en ese dilatado paisaje de montañas y estrellas. Entonces vuelvo a mi ciudad con una carga de observaciones sobre las que trabajaré durante el resto del año. Pero en el viaje, otra vez largo y tembloroso, descubro que me llevo algo más que píxeles e imágenes. Me llevo el recuerdo de tanta gente amiga, profesional y eficiente, anónima y sacrificada. Todos reunidos con el objetivo de que yo pueda atesorar mi pedazo de cielo.

Complejo Astronómico El Leoncito (CONICET, UNLP, UNC, UNSJ) en San Juan. Foto de Rebeca Higa.

Esto que recuerdo pasó hace mucho tiempo. Por aquel entonces, ni siquiera había internet en CASLEO. Los tiempos fueron cambiando y hoy, la mayoría de los turnos de observación se hacen por vía remota. Se solicita el turno de observación y el personal de CASLEO cumple eficientemente con lo solicitado. Ya no es necesario que los astrónomos viajemos y subamos a la montaña. Comprendo que esa es una gran ventaja, pero también es una gran pérdida. Quizás hoy, muchos jóvenes astrónomos y astrónomas no tengan la experiencia tan valiosa de conocer al personal de apoyo de CASLEO, de saber de sus vidas y relatos, de sus risas y consejos…

Hoy me contaron que Antonio De Franceschi, aquel operador de mis primeros turnos de observación, se jubila. Y estos recuerdos resurgen en mi mente. Pienso en Antonio y en todos los que hacen posible que finalicemos nuestras asépticas investigaciones, y miro los gráficos de mis trabajos y veo en ellos, la sonrisa de la gente de CASLEO.

Para Antonio, para todos ellos y ellas, va mi cálido agradecimiento.

Texto: Dr. Roberto O. J. Venero